Tiene un apellido poco común, por no decir raro que puede sonar despectivo. Y tan rara como su apellido es la conquista que ha obtenido, ganando la octava etapa del Giro de Italia, para sorpresa del mundo, de Latinoamérica y más todavía, de los propios ecuatorianos.
El triunfo de este joven deportista ecuatoriano es genuino, estimulante, revelador e histórico, por todas las circunstancias que lo rodean y que no han sido para él, más que el acicate indiscutible para alzarle con la corona de laureles que adornan a los verdaderos héroes.
Genuino porque de manera callada, pero abnegada, ha venido trabajando en un proceso de perfeccionamiento y superación que lo ha encumbrado en la élite de los monstruos del ciclismo mundial, sin valerse de recursos viciosos que invaliden su performance.
Estimulante, porque no cabe ninguna duda que ya estará inspirando a otros jóvenes para alcanzar los peldaños, aparentemente imposibles para los deportistas de esta parte del planeta y que habrán considerado, equivocadamente, como una utopía la posibilidad de encontrar espacio entre los más grandes exponentes del ciclismo.
Revelador, porque como quien pone el dedo en la llaga, hace evidente una vez más, la falta de apoyo estatal para el deporte que puede dar mayores glorias a este país ávido de alegrías.
Histórico, porque tal como lo hicieran en su momento, Pancho Segura, Alberto Spencer, Jorge Delgado y Jefferson Pérez, marca un hito en los anales del deporte ecuatoriano.
Cuántos “carapaz” estarán esperando llegar a la meta, a la gloria, al cambio de la historia deportiva del Ecuador, sin un dólar de apoyo y millones de los mismos dilapidados por los corruptos que nos dirigen indolente y deshonestamente.
LCDO. ENRIQUE ÁLVAREZ JARA